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La educación para la paz comienza en la infancia

Evânia Reichert




Es durante la Primera Infancia que formamos una especie de fondo de reserva que nos permitirá estar a la altura de todo lo que vendrá después. Si este fondo de reserva es suficiente, tendremos los recursos necesarios para enfrentar los desafíos y los embates de la vida. Sin embargo, si éste fuera superficial o ni siquiera llegara a formarse, su carencia se tornará un campo fértil para el brote de la violencia y del sufrimiento humano más doloroso: el desequilibrio psíquico.



La violencia no surge de repente, en la adolescencia o en la juventud. Llega mucho antes, al nacer y durante la primera infancia. Asimismo, el humanismo tampoco se constituye cuando nos convertimos en jóvenes o adultos. Nace muy temprano, en el primer año de vida, cuando somos reconocidos y tratados como humanos por primera vez.


El registro primordial de paz, o violencia, tiene ya lugar en el vientre de nuestra madre. Si el útero materno es un ambiente calmado, se inicia un ciclo vital anclado en la autorregulación, el bienestar y la humanización. Sin embargo, si la madre vive con ansiedad, el cortisol, que es la hormona del estrés, llega al bebé a través del cordón umbilical, provocando una aceleración de los movimientos fetales, hiperactividad y tensión.


Si en el momento del parto, el equipo de atención no considera la subjetividad infantil y materna, el bebé sufrirá una carga de violencia impresionante. Esto ocurre, por ejemplo, en cesáreas innecesarias programadas antes de las cuarenta semanas de gestación, en partos normales irrespetuosos, en la separación abrupta del bebé de su madre, o en la mecanicidad inflexible de los procedimientos rutinarios, dando lugar al maltrato hospitalario.


Después del nacimiento, por fin, cuando la paz puede comenzar a florecer dentro del bebé, surgen nuevas amenazas. En los primeros treinta días, el recién nacido necesita silencio para, poco a poco, empezar a salir de dentro de sí mismo hacia afuera, al mundo. Poco a poco integra cuerpo y psique. Sin embargo, es común ver a los recién nacidos en centros comerciales, en la playa o en fiestas; expuestos, en definitiva, a un exceso de estímulos externos. De esta forma, un pequeño bebé no puede desarrollar la capacidad primaria de autorregulación, comprometiendo así su condición futura para lidiar con el estrés.


Cuando no hay respeto biopsicológico al inicio de la vida, el recién nacido se defiende de la forma que puede: bien sea desconectándose, creando la matriz del núcleo psicótico, o estresándose al extremo, dando lugar a la semilla de la violencia, la autodestrucción y la depresión. No tendremos adultos sanos sin prevención biopsicológica desde el inicio de la vida. Cuando los niños pequeños reciben afecto, respeto biopsicológico y cuidados suficientes, tienen grandes posibilidades de convertirse en personas pacíficas y amorosas; saludables en su desarrollo físico, emocional y cognitivo.


Recientemente, la Organización Mundial de la Salud advirtió sobre la urgencia de tomar medidas preventivas en los primeros años de vida. Según la OMS, dentro de veinte años, la depresión será la enfermedad dominante en todos los países, superando al cáncer y a las enfermedades cardiovasculares. Esta es ya la enfermedad más incapacitante del mundo, que aleja a miles de trabajadores de sus puestos de trabajo.


Ahora bien, si sabemos que la matriz de la depresión surge en el primer año de vida, ¿qué nos pasa –como sociedad– que no relacionamos la causa con la consecuencia? Ni siquiera llevamos a cabo los tradicionales análisis de costo-beneficio entre los altísimos costos de ausentarse del trabajo por depresión y los infinitamente menores costos de los proyectos de prevención en la crianza y en la educación de los niños.


Lo cierto es que estamos en una situación de emergencia. Las sirenas suenan en todas partes: hogares, escuelas, comisarías, campos de fútbol, ​​empresas u hospitales. La crisis en la forma de educar, vivir o relacionarse, ya se ha desatado. El consumo de drogas es alarmante. El uso regular de medicamentos psiquiátricos, incluso por parte de los niños, así como la práctica del bullying, dentro y fuera de las escuelas, alcanza niveles nunca antes vistos. Aumentan los casos de autismo, bulimia y anorexia. Aumentan los suicidios de niños y jóvenes. Y los adultos se deprimen, cada vez más.

En fin, las noticias no son buenas. Sin embargo, mientras este tipo de mundo muestra su caída precipitada, otro está siendo alzado, en plena construcción. Mientras lo viejo agoniza por su insostenibilidad, incluso psicológica, surge un nuevo tipo de mundo con una fuerte energía, llena de inspiración, vitalidad y creatividad. Hay cientos y cientos de comunidades, virtuales o no, en todo el mundo, que están trabajando por el cambio, por una cultura de paz y humanización. Es una especie de sitio de construcción internacional, con miles de personas, cada una haciendo su parte. Muchas dedican su vida a proteger a los niños, la tarea más importante de esta época.


Mientras el viejo mundo sufre su quiebra, hay otro que está surgiendo, creando cuerpo. Basta con conectarnos a él para sentir el volumen de personas, entidades, grupos y comunidades. Se trata de mucha gente haciendo magníficas obras por la humanización del nacimiento, por el cambio en la educación, en la política, en la medicina, en la ciencia y en el arte; por el respeto a los niños y a los ancianos; por la protección de los animales y los bosques, por la recuperación del sentido de la vida y del ser para jóvenes y adultos.


Está claro que, dado el caos generado por este mundo en ruinas, queda mucho por hacer. Parece decisivo, sin embargo, elegir dónde vamos a invertir nuestra energía personal: ¿trabajando en suelo estéril, todavía intentando salvar un cadáver andante, un proyecto insostenible de sociedad, evidentemente en quiebra? ¿O plantar donde hay tierra fértil, salud, vida, infancia, sueños, fe y humanismo? Es cierto que vivir en cualquiera de estos dos mundos consumirá todo nuestro trabajo y energía de creación. La diferencia es que sólo uno de ellos nos devuelve el doble de todo lo que ofrecemos. Sólo uno de ellos puede traernos la paz. Sólo uno de ellos tiene futuro.



Evânia Reichert - terapeuta psicocorporal, profesora y escritora. Autora de los libros 'Infancia, la edad Sagrada'( portugués y español), 'Sat en la educación de la Amazônia' y co-autora de 'O amor ã arma e a química ao próximo' e 'Cartas para a Paz'.

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